DE LOS INDIGNADOS ESPAÑOLES

  • No es crisis es estafa
  • Cría ricos y te comerás sus crisis
  • Si no salimos en los periódicos saldremos en los libros de historia
  • Me gustas democracia porque estás como ausente
  • Ya tenemos el sol, ahora la luna
  • El pueblo reflexiona, por eso está en la calle
  • Te oigo quejarte en casa, sal a la calle a que te oigan
  • La única causa de la pobreza es la riqueza
  • Precaución, ciudadanos pensando.
  • Nuestros sueños no caben en vuestras urnas.
  • No somos ilusos somos ilusionistas

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miércoles, 6 de julio de 2011

JUANA AZURDUY

Juana nació en 1780, y en ese mismo año, Túpac Amaru lanzaba su revolución indígena que casi liquida al conquistador español. Juana nació cuando desde el fondo de la Pacha Mama se rebelaba la historia, y ello seguramente marcó el derrotero de su vida.

El destino de esta mujer, cuyo retrato hoy forma parte -junto a las inolvidables heroínas de la patria-, del emblemático Salón de las Mujeres del Bicentenario, resulta imposible escindirlo de la gesta del prócer americano Manuel Ascencio Padilla, su compañero de toda la vida. Ambos son los máximos exponentes de la libertad del Alto Perú y por ende de nuestra libertad como americanos. Eran oriundos de Chuquisaca, también llamada Charcas, sede de la Universidad donde estudiaron y conspiraron entre otros, Mariano Moreno, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo, y fue precisamente Castelli quién como jefe del Ejercito del Norte estableció la jefatura de su cuartel en casa de los Padilla, y también Moreno, joven abogado de indios pobres y perseguidos, quién brevó en tertulia con Juana y Manuel las ideas de la emancipación americana.

Juana Azurduy es el pueblo en armas, o mejor dicho, es el indiscutible ejemplo de las mujeres del pueblo en armas que pelean junto a los hombres, igual o mejor que ellos, y que llegado el caso los conducen valerosamente en la lucha.

Juana y Manuel pertenecen a esa clase de mujeres y hombres que armados con hondas, macanas, lanzas, boleadoras y rústicos sables, al grito de Viva la Patria destruyen a fuerza de coraje y fiereza ejércitos completos superiores en número y armamento. La pluma de un cronista de la época nos relata que, “Juana avanzaba casi en línea recta, rodeada de sus feroces amazonas descargando su sable a diestra y siniestra, matando e hiriendo. Cuando llego a donde quería llegar, junto al abanderado de las fuerzas enemigas, sudorosa y sangrante lo atravesó con un vigoroso envión de su sable, lo derribo de su caballo y estirándose hacia el suelo aferrada del pomo de su montura conquistó la enseña del reino de España que llevaba los lauros de los triunfos realistas en Puno, Cuzco, Arequipa y La Paz”

Es esa madre de cinco hijos, la que por expreso pedido de Manuel Belgrano, y en recompensa a su valor en la denodada defensa de la libertad, es nombrada en pleno combate Teniente Coronel del ejército argentino

Sin embargo, la historia oficial argentina prefirió olvidar a los gloriosos revolucionarios del Alto Perú. Dos son las razones de la amnesia, la primera que el Alto Perú decidió –lograda su independencia en 1825-, independizarse no solo de España, sino también de Buenos Aires, pasando a llamarse Bolívar primero y Bolivia después; la segunda, que la guerra del Alto Perú fue esencialmente una guerra de indios, de caudillos, de gauchos, de los patriotas de a caballo, una guerra popular, una guerra de guerrillas donde los grados solo se median por el merecido respeto de los semejantes y la valentía demostrada en el campo de batalla. Manuel Ascencio Padilla fue designado Coronel del Ejército del Norte cuando su cabeza estaba ya clavada en una pica. Revindicar la memoria histórica, es nombrar lo innombrable, es reconocer la lucha de los pobres, es reconocer que los indios, los negros, los esclavos, los mestizos lucharon con tenacidad y desprendimiento en la conquista de la libertad. Solo cuenta la historia que se cuenta, la historia blanca, la de los lustrosos uniformes y los emplumados penachos.

En este marco de ingratitud se evidencia el desapego caído sobre nuestros revolucionarios, sobre aquellos que nos dieron la libertad y produjeron una de las más grandes revoluciones del mundo occidental del siglo XIX. No es de extrañar que Juana Azurduy, “Juana de América” – en un continente que hizo de la resistencia su identidad-, terminara sus días como una desdichada mendiga viviendo olvidada en una mísera tapera de paja en las calles de los arrabales de su querida Chuquisaca.

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