DE LOS INDIGNADOS ESPAÑOLES

  • No es crisis es estafa
  • Cría ricos y te comerás sus crisis
  • Si no salimos en los periódicos saldremos en los libros de historia
  • Me gustas democracia porque estás como ausente
  • Ya tenemos el sol, ahora la luna
  • El pueblo reflexiona, por eso está en la calle
  • Te oigo quejarte en casa, sal a la calle a que te oigan
  • La única causa de la pobreza es la riqueza
  • Precaución, ciudadanos pensando.
  • Nuestros sueños no caben en vuestras urnas.
  • No somos ilusos somos ilusionistas

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domingo, 15 de abril de 2012



EL MAESTRO OSVALDO PUGLIESE
        A mi viejo, y a todos aquellos que generosamente me contaron la historia.

La ciudad se desperezaba lenta y desganadamente después de haber transcurrido una navidad porteña con garúa y humedad donde el termómetro había tocado casi los treinta y ocho grados. Era las ocho de la noche del 26 de diciembre de 1985 y el gran teatro viviría un jueves insólito. El público se agolpaba con algarabía en la entrada de la calle Libertad y era tarea imposible para los viejos ordenanzas pretender poner orden  al caos alegre y bullanguero, mas propicio al ingreso a un estadio de fútbol que a una sala teatral.  De a poco se abrieron las grandes puertas y la gente lentamente comenzó a entrar. En el instante mismo de encontrarse frente a las butacas de pana roja, bajo la gran araña de múltiples y destellantes caireles, rodeados de palcos de barrocas molduras y ante la mullida e interminable alfombra, la multitud se hizo silencio, un silencio respetuoso y atónito, propio de aquel que transita sorprendido a través de la magnificencia de una gran catedral. El monocorde murmullo del público acallo en el preciso instante que se abrieron los grandes telones. Sobre el escenario dispuesto para las orquestas sinfónicas, solo había nueve atriles y un piano de cola con un clavel rojo sobre el teclado. Primero ingresaron los bandoneones, luego los violines y por último el contrabajo. Finalmente, desde el costado izquierdo, apareció en la escena caminando despacio, casi tímidamente, un pequeño hombrecito escondido detrás de unos grandes anteojos. Y en ese preciso instante, la gente enloqueció, se puso de pié y empezó a aplaudir gritando ¡Al Colón!, ¡Al Colón!, y el hombrecito hizo una pequeña reverencia, se desplazó hacía el piano, se sentó despaciosamente, por un instante miró fijamente el clavel rojo, levantó la tapa del teclado, giró su cabeza y señaló con su mano derecha a la orquesta y a partir de ese exacto gesto mágico se comenzaron a escuchar, solemnes como un himno, los primeros acordes de La Yumba. A más de uno, grande y valentón, se le llenaron los ojos de lágrimas. El tango popular, canyengue y arrabalero había entrado al Teatro Colón, de la mano, con la música y con el corazón del maestro Osvaldo Pugliese.
Osvaldo Pugliese fue algo más que un inspirado compositor, un excelente intérprete del piano o un delicado director. Fue como Aníbal Troilo y como Alfredo Gobbi, el tango mismo. Lo tenía adentro, le afloraba en la piel, lo traía en la sangre. Lo vivió en su casa, en la calle, en el barrio hecho de barro y Maldonado. En los conjuntos que integró de pibe, en el Café de la Chancha, donde aprendió a ganarse el mango a los catorce años. Después amasó su particular estilo en las milongas de los clubes de barrio, y allí, mamando lo popular, se hizo querido.
Si hay un merito personal en Osvaldo Pugliese, es el de la coherencia: fue un comunista en todos y cada uno de los actos de su vida. El decía que la ideología era una pilcha que había que usarla todos los días. Su orquesta era una cooperativa, y la creación musical -mas allá de su autoría- , él la entendía como un logro colectivo, social e integrativo.  Era por sobre todas las cosas, un tipo  solidario y generoso, aún en las condiciones mas adversas.
Recuerda Oscar “Cacho “Herrero, uno de los violinistas: “Osvaldo nunca aflojaba, hasta creo que se ponía contento cuando iba en cana porque adentro lo mimaban todos: los presos y los compañeros del partido. En esos momentos, nosotros desde afuera, lo bancábamos a muerte”
La cooperativa, la orquesta del maestro Osvaldo Pugliese, nunca dejó de actuar. Nos cuenta Ismael Spitalnik, bandoneonísta, “Debuté el año en que acostumbrábamos a poner un clavel rojo arriba del piano. Era la época en que Pugliese estaba preso. Los primeros años de la orquesta fueron muy duros. En el 57 casi no tocó el piano. En las presentaciones había un reemplazante”
Hay ciertas cosas que suceden en la vida de un hombre  que le imprimen una marca indeleble. Julián Plaza, bandoneón virtuoso, es definitorio cuando nos dice que: “La Yumba es la expresión total del maestro. Le pertenece en su totalidad, inclusive el arreglo. Creo que, si bien ya tenía éxitos en su haber, ese tango es el modelo de su escuela. Esa obra concentró toda la creatividad de Osvaldo y lo lanzó al camino del verdadero Pugliese”
Una nochecita don Osvaldo se las tomó. Dijo: “Muchachos, yo llegué hasta aquí, ahora sigan ustedes”. Alguna vez lo había anunciado. La cosa tenía que ser así, y fue...No hubo drama. Recién estaba por cumplir los 90 años. Se fue empilchado como para una milonga. Encanutado en el traje gris con el clavel rojo en el ojal. Flaco y miope como siempre.
Pero como ya dijimos, la orquesta nunca dejó de tocar.  Aún hoy, en cada madrugada, en la esquina de Corrientes y Sacalabrini Ortiz, se escuchan los tres golpecitos del maestro sobre el piano que dan comienzo a los acordes de bandoneones y violines. Y en ese preciso instante, Villa Crespo se vuelve tango y memoria, y en fondo de la avenida ancha, el Obelisco lagrimea.   
                                                   J. R.         

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