CONCENTRACIÓN E INFLACIÓN
Martín Schorr (CONICET)
Las subas de precios de
los últimos años no son un fenómeno excluyente de la argentina, sino que se
enmarcan en un contexto mundial de significativo aumento de los commodities (alimentos, petróleo, etc.).
Pero la influencia de las circunstancias internacionales en cada economía
nacional actúa por intermedio de sus especificidades estructurales. La
industria argentina denota niveles sumamente elevados de concentración
económica: 95 de las 169 ramas fabriles relevadas por el censo tienen
estructuras de mercado altamente concentradas (las primeras 8 fábricas explican
más del 50% de la producción). De allí que en 2010 apenas 100 firmas
industriales explicaron el 41% del valor de producción sectorial (esa gravitación
fue del 35% en 2001 y del 27% en 1993).
¿Podría afirmarse que los
oligopolios industriales han contribuido a la aceleración de los precios
durante la posconvertibilidad? Sí. Entre 2001 y 2010 los precios mayoristas de
las industrias concentradas se incrementaron el 8% por encima del promedio
industrial, mientras que las ramas fabriles con mayores niveles de competencia
aumentaron sus precios el 10% por debajo de la media. Así, el
importante proceso de elevación de precios industriales en el período 2001-2010
fue conducido por las ramas altamente concentradas.
Ello
se asocia, principalmente, al sustancial movimiento de excedentes en 2001-2003,
dado que allí las ramas más concentradas aumentaron sus precios el 11% por
encima del promedio industrial, mientras que los rubros fabriles con
estructuras de mediana concentración lo hicieron el 13% por debajo y los de
escasa concentración el 19% menos.
Por
su parte, ante la aceleración del proceso inflacionario a partir de 2007, el
conjunto de las ramas del espectro fabril local impulsó el crecimiento de los
precios mayoristas, fundamentalmente aquellas caracterizadas por estructuras de
mercado altamente concentradas (su nivel de precios fue 7,5% más alto que el promedio),
mientras que la situación relativa de las ramas de escasa concentración empeoró
y las de mediana concentración prácticamente no sufrió alteraciones.
Los
rubros oligopólicos que más contribuyeron al aumento de precios en 2007-2010
fueron:
·
algunas industrias que tienen
vinculación con el mercado interno (azucarera, láctea, elaboradora de
cigarrillos, de jabones y detergentes, pastas alimenticias y la gráfica). Allí conviven
grandes capitales oligopólicos del calibre de Ledesma, Atanor, Mastellone
Hermanos, Massalin Particulares, Nobleza Piccardo, Procter & Gamble,
Unilever, Molinos Río de la
Plata , Vicentín y Clarín; y
·
elaboraciones de insumos básicos y
bienes de consumo final no durable, con escasa complejidad tecnológica, alto
aprovechamiento de las ventajas comparativas y/o institucionales de privilegio,
que han logrado imponer el “price leadership” durante el período: refinerías de
petróleo, acero y aluminio primario, chocolate y golosinas, la actividad
cementera. En tales ramas se insertan grandes compañías que tienen una larga
tradición en la elite empresaria local (Techint, Acindar, Aluar, Arcor, Loma
Negra y las petroleras YPF, Petrobrás, Esso y Shell).
El grado de
concentración no induce necesariamente un ascenso de los precios. Lo que
interesa, especialmente, es atender la lógica de acumulación de las
corporaciones líderes, dado que la misma se encuentra subordinada a la
estrategia de la firma por mantener las barreras al ingreso de nuevos actores
en los mercados en los que operan. Ello, con la finalidad de apropiarse de
ganancias extraordinarias asociadas a esa posición dominante.
Los capitales concentrados
han logrado mantener las barreras al ingreso y sostener los elevados niveles de
concentración económica durante la posconvertibilidad. Ello se vincula, en
buena medida, con el establecimiento de un precio mayorista más elevado que el
promedio industrial, en un escenario en el que las grandes empresas se han
mostrado reticentes a canalizar sus abultados excedentes a la inversión.
Así, la estrategia de
expansión de las firmas que se insertan en mercados fabriles altamente
concentrados no estuvo impulsada por sus esfuerzos de inversión, sino más bien
por su capacidad oligopólica en la formación de precios, traccionando el
proceso inflacionario que tuvo lugar en la posconvertibilidad.
Se trata de cuestiones estructurales
para nada menores en una coyuntura como la actual, caracterizada por el hecho
de que desde diversos espacios vinculados con el poder económico industrial se
viene presionando por una devaluación como mecanismo esencial para “ganar
competitividad”. Ello, ante el retraso cambiario que se desprendería de las
tendencias inflacionarias (en cuya explicación, obviamente, nada se dice sobre
el componente oligopólico). En términos estratégicos, desde estos sectores se
apunta a que con un aumento del tipo de cambio real se logre sentar las bases
para reeditar el proceso que tuvo lugar tras la regresiva salida de la
convertibilidad: que las industrias altamente concentradas utilicen su poder de
mercado vía la fijación de precios. Y por ese medio se viabilice nuevamente una
doble transferencia de ingresos a su favor: vía una reducción de los salarios y nuevas
apropiaciones de excedente en contra de las industrias menos concentradas.
La “inflación
oligopólica” no constituye el factor causal excluyente de la elevación de los
precios fabriles, pero la misma desempeñó un papel de suma relevancia. Y ello
es así porque los efectos de la “inflación importada”, sumamente importantes
para aprehender el fenómeno, no permiten per
se identificar los factores estructurales internos.
Con el telón de fondo
de la lamentable manipulación del sistema estadístico nacional, el diagnóstico
del gobierno, implícito en las medidas adoptadas (retenciones a las
exportaciones y negociación “cara a cara” con firmas líderes), ha reconocido el
carácter “importado” y “oligopólico” de la suba de precios. Pero difícilmente
consiga contener el proceso inflacionario (estructural) a partir de soluciones
de “corto plazo” (coyunturales), como las que se han venido implementando.
Máxime cuando un pilar esencial de esta política se ha visto obturado tras el
conflicto con las patronales del agro. Y el otro no alcanza a contemplar la
posibilidad cierta de que los costos
implícitos de la negociación con las compañías líderes sean trasladados a la
cadena productiva que tales firmas dominan. Esto último, en detrimento
fundamentalmente de sus pequeños y medianos proveedores y/o clientes, con el
consecuente recrudecimiento de la concentración del ingreso sectorial y la
manifestación de tendencias a la centralización del capital a favor de los
oligopolios líderes.
Si es aceptado que el
problema inflacionario es estructural y tiene como una de sus causas principales
al comportamiento de los actores concentrados, sería un aliciente importante la
aplicación estricta e integral de la legislación vigente en materia de defensa
de la competencia, la regulación de las cadenas productivas, y resultaría
auspicioso avanzar en la “institucionalización” de la figura del grupo económico,
estableciendo límites a su expansión y fijando nuevas relaciones entre
el capital oligopólico y las firmas de menores dimensiones.
Pero ello sería aún
insuficiente, en la medida en que la inflación mayorista industrial también es
expresión de los límites distributivos que impone el perfil de especialización
predominante en el ámbito fabril. Allí, el salario adopta, en particular para
la dinámica de acumulación y reproducción ampliada de las empresas líderes, la
forma social de un costo de producción, en lugar de adquirir el rol de impulsor
de la demanda interna. Por eso, no resulta casual el componente “oligopólico”
de la inflación, ni tampoco que las grandes transnacionales y los grupos
económicos locales presionen por una devaluación como vía inductora de una
mayor “competitividad”.
De modo que urge la discusión
y definición de una estrategia de desarrollo industrial de mediano y largo
alcance que, considerando las alianzas sociales y políticas que le den
sustento, debería propender a completar numerosos casilleros del entramado
manufacturero (con un lugar destacado para una política sustitutiva),
impulsando las actividades más complejas en lo tecnológico y aquellas en las
que su reproducción ampliada tenga a la demanda interna como impulso esencial.
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