Cuando era chica Marzo se instituyó para mí como el verdadero comienzo
del año. En marzo se desdibujaban la modorra del verano, los juegos al aire libre hasta tarde, los
juegos con agua…Y acompañando a los madrugones, iban apareciendo los colores
del otoño junto a las pinturitas para el
“cole” y el olor de las mandarinas.
Con el correr de los años, Marzo se mantuvo
siempre como esa campanada de fin de
recreo y de llamada a rumbear el año y mi vida. Mi vida en la que, por decisión
o por asalto, se iba entretejiendo lo singular, con lo colectivo y lo social.
Ser mujer disparó perplejidades, rebeldías
y muchos interrogantes, de chica en forma difusa, y en la adolescencia como
repiqueteo de molesto despertador.
Comenzar a trabajar me sumió en otro
escenario, el enorme escenario de las injusticias sociales y la conculcación de
derechos. Como maestra en nuestra escuela pública, aprendí que la proyección de una sociedad mejor se
enlaza a una educación que respete y
aliente la iniciativa creadora y el espíritu crítico de los niños. Fueron años
de estar con las manos en la masa, en lo social y en lo personal.
En esos años, repensar el ser mujer no
estuvo muy presente para mí, y el 8 de marzo pasaba de largo…más bien con un
leve ruidito: ¿para qué un día de la mujer? Pero caminar este interrogante
resultó postergado porque…
Porque un feroz tajo hizo sangrar las
entrañas de nuestra sociedad y las mías, el golpe del 24 de marzo del 76. Se
reconocían caídos en supuestos enfrentamientos de armas, pero, a pesar del
ocultamiento y la desmentida, emergía la horrorosa verdad, para todo aquel que
no prefería negarla: las desapariciones masivas entre aquellos que, desde
ámbitos sociales, gremiales o políticos trabajaban por cambios sociales a favor de las mayorías.
Entonces el 24 fue adquiriendo su enorme
carácter de bandera, amasada por diversos grupos y organismos, pero con un
norte marcado por la aparición
conmovedora de ellas, las “Locas
de la Plaza ”
Cuando nuestro país emergió del infierno,
mi trabajo en psicoterapia me reconectó con las inquietudes de la adolescencia.
Fue la escucha de mujeres que hablaban de su malestar, y la conexión de ese malestar tanto con la
teoría, como con mi propia experiencia
de vida. Lo singular y único de cada una, era una trama debajo de la
cual traslucía la urdimbre de las relaciones establecidas entre los sexos.
La cuestión a transitar era lo femenino y
lo masculino en la cultura. Desde mi trabajo, en la estructura psíquica, pero
también desde el conocimiento de una historia de colectivos de mujeres que
estaban en esto desde hacía mucho. El 8 de marzo, ahora, me representaba.
Por eso, cada marzo me trae al primer
plano palabras que se aúnan en una misma dirección: Mujer, Memoria, Verdad, Justicia. Todas resuenan con fuerza,
simbolizadas en dos fechas entrañables, el 8 y el 24
Los movimientos de mujeres, se consideren
feministas o no, pujan por transformaciones sociales que aportan vida a la
vida: defendiendo la tierra y el agua (como los movimientos de mujeres
campesinas), la soberanía de nuestro cuerpo, los derechos jurídicos y
laborales, la educación, la salud y la vivienda, la libertad, la diversidad.
Este quehacer nos saca del
refugio en la queja y la autocomplacencia y nos convierte en mujeres
públicas, limando el supuesto antagonismos y exclusión entre lo que antaño se
consideraba de adentro o de afuera del hogar; que, en términos más
actuales suele nombrarse como lo
personal y lo social, y que ha sido decantado por el pensamiento feminista en
la potente síntesis: “lo personal es político”
Cuando llega Marzo el 8 y el 24 se aúnan en el sentimiento, porque en nuestro país, un grupo de mujeres, Madres
y Abuelas de Plaza de Mayo, parieron esa, su creación fantástica, que convirtió el marzo de Marte,
dios de la guerra, en nuestro Marzo de lucha por la vida.
Inés Castellano
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