DE QUE JUSTICIA NOS HABLAN?
Existen
acontecimientos que por su trascendencia parecerían poder transformar por si
solos las realidades conflictivas, intrínsecas y estructurales de los
países. Tal es hoy lo que ocurre con el
gobierno argentino, que tras el fallecimiento de Chávez podría encontrase con
la necesidad de desempeñar un rol diferente en el desarrollo de las
transformaciones de paradigmas en Latinoamérica. Y obviamente que decir de los
cambios que implicará la entronización del obispo de Buenos Aires -quién hace
casi diez años que no contaba con la presencia del Presidente de la República
en el Tedeum metropolitano-, hoy devenido en Su Santidad Francisco, quién en
uno de sus primeros actos protocolares ha invitado a almorzar en la residencia
Santa Marta, en el Vaticano, a Cristina Fernández de Kirchner, encuentro que
insólitamente estuvo signado por besos, regalos y deseos recíprocos de buena
venturanza.
Es indiscutible que
si hay algo que caracteriza a la política es precisamente la permeabilidad a la
dinámica de los cambios. Pero claro que esta regla -como toda regla que se
precie de ser tal-, tiene sus excepciones: Si hay algo que no cambia en nuestro
país es la estructura cristalizada de su Poder Judicial, el anacrónico método de
dación de justicia, el inveterado uso de un lenguaje encriptado solo digno de
ser hablado y entendido únicamente por los iniciados, irreductibles tiempos de
resolución de conflictos absolutamente ajenos a las necesidades de los
justiciables, la existencia de vínculos y compromisos que denigran el principio
de neutralidad, la desestimación de las necesidades de los sectores sociales
vulnerables, y la consentida desprotección a la victima.
Perecería que la convocatoria que realizó el
Ejecutivo Nacional ante la Asamblea Parlamentaria reclamando la necesidad de
democratizar la justicia, fue efectuada ante el hartazgo provocado por el uso
abusivo de las medidas cautelares arbitradas en contra de los intereses del
estado, mas precisamente ante los impedimentos de la plena aplicación de la ley
26.522 por parte del Grupo Clarín que como es sabido, también hasta el
hartazgo, antepone sus negocios privados a la libertad de expresión. Sin
embargo, la afirmación vertida en estos términos es evidentemente mezquina, infantil
y tendenciosa. El debate de la democratización de la justicia no es contra
nadie, sino a favor de promover la creación de instrumentos institucionales que
permitan mejorar la legitimidad de origen, pero también la del ejercicio del
Poder Judicial. El objetivo es tratar de superar la desconexión que muchas
veces existe entre una organización y sus prácticas, entre la estructura
funcional de la justicia y las demandas sociales.
Es necesario,
entonces, reflexionar sobre el Gobierno de los Jueces.
Los Magistrados,
Señorías y Excelencias, gobiernan irrestrictamente sin estar legitimados por el
voto popular. Administran el castigo, las reparaciones, privan y conceden
derechos esenciales. El ejemplo mas claro y dramático son los reiterados fallos
de la Cámara Civil y Comercial Federal que se alzaron contra una de la leyes
quizás mas democráticas que recuerde nuestra historia parlamentaria; y que
decir al respecto del fallo escandalosamente exculpatorio emitido en diciembre
de 2012 por la Sala II de la Excelentísima Cámara Penal de la Provincia de
Tucumán en el caso relacionado con la imputación de secuestro y sumisión a la
esclavitud de Marita Verón.
Existe una
justificada creencia popular que la justicia es secreta, palaciega, casi de
estructura feudal, burocrática, y es en razón de ello que el común de los
mortales solo puede observarla desde abajo.
María Laura
Garrigos de Rébori, Presidenta de la Cámara en lo Criminal y Correccional,
define la democratización de la justicia con una sola palabra: ABRIRLA. Y la apertura es reconocer la existencia de
una gran falacia: El discurso que habla de la independencia de los jueces
respecto del poder político y económico.
Y ello es una evidente mentira porque los jueces son en si mismo un
poder político ejerciendo un poder efectivo en cada decisión que se toma: ahí
es cuando se resignifican las reglas y el discurso, se construyen realidades,
se instalan ideas sobre las potestades del poder o sobre los verdaderos
destinatarios de la distribución de los bienes de la sociedad. Con relación a
la vinculación de determinados estamentos del Poder Judicial con determinadas
corporaciones, coincidimos con Foucault cuando afirma que el poder económico es
mas peligroso cuando seduce que cuando castiga. Existen asociaciones con personería
jurídica que gozan de gran predicamento en los fueros y aún en la Corte
Suprema, tal como por ejemplo la “Asociación de Magistrados y Funcionarios de
la Justicia Nacional” que reconoce abiertamente la legitimidad de la existencia
de esponsores que brindan ingentes recursos económicos, entre otras cosas, para
la organización de congresos y eventos profesionales que se realizan tanto en
el país como en el extranjero. El ejemplo mas claro es el del Camarista Federal
Francisco de las Carreras quién paseó por Miami por cuenta y orden de
Cablevisión, y en oportunidad de ser legítimamente recusado, sus pares
rechazaron la objeción y el mismo adujo que tenía ”tranquilidad de espíritu y
libertad de conciencia”. La Corte Suprema como estructura de superintendencia
solo aporto silencio, prueba más que evidente que la familia judicial existe y
no desampara a sus miembros.
Después de 836
palabras el lector está legitimado a preguntarse como se sale de este modelo
perverso y elitista. Y el inicio de la respuesta, como ya dijimos, está en la
génesis. Una de las cuestiones claves es la formación del futuro abogado en las
Facultades de Derecho; una cosa es enseñar que el Derecho es un conjunto de
normas, y otra cosa es decir que el Derecho es un discurso que da sentido y que
tiene que ver con las relaciones de poder en una sociedad.
Es evidente que el
conjunto de las anómalas situaciones planteadas ya no soportan el esperar sine
die soluciones de devengan de actitudes voluntaristas o complacientes emanadas
del propio estamento puesto en crisis.
En la agenda de
cualquier programa “real” de democratización de la justicia debería proponerse
al debate público los siguientes puntos:
· Juicio
por jurados para todas las ramas del derecho.
· Transparencia,
publicidad, oralidad y audiencias públicas en los procedimientos de todos los
fueros (civil, comercial, penal, laboral, administrativo y familia)
· Horizontalidad
en las organizaciones de jueces.
· Autonomía
plena de la Defensa Pública.
· Reorganización
del Ministerio Público Fiscal hacia los intereses sociales y de las victimas.
· Reorganización
funcional de la Corte Suprema de Justicia de la Nación
· Reconocimiento
de la administración de justicia de los pueblos indígenas.
· Fortalecimiento
de la estructura de los jueces de paz, tribunales vecinales y centros
comunitarios de acceso rápido y directo a la justicia.
· Reorganización
del funcionamiento del Consejo de la Magistratura, con inclusión de consejeros
ciudadanos.
· Equiparación
fiscal de los miembros del Poder Judicial con el resto de los contribuyentes,
en sostenimiento del principio de equidad e igualdad ante la ley.
J. R.
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