DE LOS INDIGNADOS ESPAÑOLES

  • No es crisis es estafa
  • Cría ricos y te comerás sus crisis
  • Si no salimos en los periódicos saldremos en los libros de historia
  • Me gustas democracia porque estás como ausente
  • Ya tenemos el sol, ahora la luna
  • El pueblo reflexiona, por eso está en la calle
  • Te oigo quejarte en casa, sal a la calle a que te oigan
  • La única causa de la pobreza es la riqueza
  • Precaución, ciudadanos pensando.
  • Nuestros sueños no caben en vuestras urnas.
  • No somos ilusos somos ilusionistas

Vistas de página en total

lunes, 6 de mayo de 2013


FEDERICO

Escasamente a un mes del alzamiento de los falangistas contra la joven República Española un automóvil se estaciona a unos metros de la casa de la familia Rosales. Descienden cinco hombres fuertemente armados. Golpean la puerta. Doña Esperanza Camacho de Rosales se asoma. Tengo orden de detener a García Lorca, que ustedes tienen aquí escondido, sentencia Ramón Ruiz Alonso, quién a todas luces comanda la pandilla. El poeta que esta en su habitación, baja las escaleras. –Esto es un error...un abominable error. Vamos, responde Alonso. El automóvil se aleja del número uno de la calle Angulo. Era el 16 de agosto de 1936, en la ciudad de Granada. El 19, mil panderos de cristal hieren la madrugada. Un cerrojo que se abre, unos gritos, un saco en la cabeza, calor, mucho calor. El tiempo se para, lo empujan, cae al suelo, como el toro de las cinco en punto de la tarde. El poeta se refleja en el amanecer granadino, quizás aceptando su destino. Manos atadas. Disparos que revientan la vida ahogando los sonidos de la noche. Un cadáver eterno está en una cuneta. Mientras lloran inconsolablemente por la estupidez humana, la constelación de carne y huesos es observada por las estrellas sumidas en duelo.  Risas, tal vez un ultimo trago de algún vino barato. Festejemos, acabamos de matar a Federico García Lorca. Venga, joder, que yo le metí dos tiros en el culo por maricón. Sin juicio, sin ninguna acusación comprobada, sería asesinado a los dos meses de haber cumplido treinta y ocho años - junto a dos banderilleros y un maestro-, el poeta, el dramaturgo, el director teatral, el escenógrafo, el artista plástico, la voz y la pluma de España, el muy nuestro querido Federico. Conocida la noticia, el mundo todo se levanta en grito. Desaparecen el cadáver para evitar que su tumba se transforme en sitio de veneración de un rojo, de un homosexual, de un republicano. Para evitar que la rosa grana cubra a perpetuidad el frio mármol de la lacerante muerte. Ni siquiera una sepultura -y quizás sea mejor-, los cementerios tienen muros que solo sirven para coartar la libertad de los que allí moran. Muerto e inmortal. Los que le quitaron la vida se la dieron para siempre. Los versos de Federico perduran volando en verdes vientos, anidando en floridas ramas, en el barco sobre la mar, cabalgan gallardamente sobre el caballo que al alba asciende la límpida montaña. Federico, indisciplinado, inmaduro, poderoso, alto, claro. Maldito poeta de los disidentes y los marginados, comunista sin dogma ni manual.  “En la luna negra/ de los bandoleros/ cantan las espuelas. Caballito negro/ ¿Dónde llevas tu jinete muerto? En la luna negra/ sangraba el costado de la Sierra Morena. Caballito negro/ ¡Que perfume de flor de cuchillo! En la luna negra/ ¡Un grito!/ y el cuerno largo de la hoguera” Caballito negro/ ¿Dónde llevas tu jinete muerto?

No hay comentarios: