FILMAR EL SUFRIMIENTO
El director austríaco Michael Haneke es uno
de los pocos realizadores europeos y tal vez (el tal vez tiene que ver con lo
poco que llega del cine mundial a nuestro país) del mundo que mantiene desde
hace muchos años una obra rigurosa y coherente, tanto en el plano ético como en
el estético. Se hizo conocido en la Argentina
con una película estrenada en 2009, “La profesora de piano”, con un
trabajo extraordinario de Isabelle Hupert y a partir de allí se estrenaron dos
obras de gran excelencia: “Caché” y “La cinta blanca”. Otras películas anteriores del mismo nivel se pudieron ver en el Bafici
y en otras muestras. Haneke provoca en todas sus obras un aluvión de emociones
que sacuden y conmueven al espectador sin nunca obnubilarlo o impedirle pensar.
Esas historias que en general son demoledoras y provocadoras son también llevadas con tersura al espectador a través
de un lenguaje distanciado, no frio, siempre buscando también el corazón del
espectador, que tiene algo en común (reconocido por el propio Haneke) con los
preceptos del distanciamiento brechtiano que tanta riqueza artística ha dado
tanto al teatro como al cine universales.
Hoy llega a Buenos Aires, “Amour” su última
obra interpretada por dos auténticas
leyendas del cine francés , Jean-Louis Trintignant y Emmanuele Riva, que le dan
al film si cabe una densidad adicional a un tema doloroso, oscuro, suerte de
réquiem final de un matrimonio de amantes de la música que enfrenta, luego de
muy pocas y certeras escenas de una vida “normal”, rutinaria, burguesa, de una
rara armonía y muy francesa, la aparición de la enfermedad y la muerte cercana.
Un día Anna pierde la conciencia y luego de
evitar - como en general ocurre en las
transitadas películas “de enfermos” a las que nos tiene acostumbrado en
especial el cine norteamericano-
información innecesaria y en general morbosa, el film se zambulle
diáfanamente en un escenario único del que no saldrá hasta el final. Esa vida llena de respeto, amor y comprensión
entre dos seres que sin duda han pasado malos momentos pero los han podido
remontar, es puesta a prueba en profundidad. La pareja que ha sabido preservar
su intimidad necesita abrirse a nuevas situaciones que son enfrentadas y llevadas al espectador en detalle con esa
capacidad de entomólogo que tiene Haneke
y a la que ya nos tiene acostumbrados. Al austriaco le interesa
presentar al espectador cosas que lo hagan pensar, que lo problematicen, lo
dice con claridad en un reportaje: “Lo peor que me puede pasar es que el que
está viendo mi película sienta que ésta le confirmó alguna certeza”.
Como los grandes intérpretes que son ,
Trintignant y Riva encarnan magníficamente a sus personajes . La indignación de
Georges ante la degradación física y
mental de su mujer e incluso por sus propias limitaciones, es inversamente
proporcional a esas miradas cada vez más tenues e idas de Anna. Haneke cuenta con humor un tanto negro que
Trintignant estaba muy mal antes de filmar, incluso llegando a fantasías de
suicidio y él le hizo decir a través de
su productora “filmemos primero la película y luego te suicidás, si
querés”. El trabajo soberbio, pequeño
tal vez en tiempo pero enorme en intensidad de Isabelle Hupert en el rol de
hija que aparece sólo para complicar las cosas, complementa a ese maravilloso
dúo cuyas intensas miradas se mantendrán mucho tiempo en nuestras vidas.
La última película de Haneke se asoma al
abismo de la vejez y la muerte con los ojos bien abiertos y nos ayuda a
enfrentarnos con esa parte esencial de la vida que es la muerte, de la mejor
forma posible, también con los ojos y el corazón bien abiertos.
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