DE LOS INDIGNADOS ESPAÑOLES

  • No es crisis es estafa
  • Cría ricos y te comerás sus crisis
  • Si no salimos en los periódicos saldremos en los libros de historia
  • Me gustas democracia porque estás como ausente
  • Ya tenemos el sol, ahora la luna
  • El pueblo reflexiona, por eso está en la calle
  • Te oigo quejarte en casa, sal a la calle a que te oigan
  • La única causa de la pobreza es la riqueza
  • Precaución, ciudadanos pensando.
  • Nuestros sueños no caben en vuestras urnas.
  • No somos ilusos somos ilusionistas

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sábado, 19 de abril de 2008

Número Aniversario (Marzo 2006)

La creación en épocas de nueva gobernabilidad.

Por Sebastián Scolnik

En los últimos tiempos, una nueva situación ha comenzado a desarrollarse en América Latina. La emergencia de los llamados “nuevos gobiernos progresistas” ha sorprendido por su compleja y ambivalente presencia en relación con las luchas sociales que protagonizaron la década del noventa. De este modo, la emergencia de Lula, Chávez, Kirchner, Evo Morales, Tabaré Vázquez, Bachelet y próximamente López Obrador en Méjico, con suerte dispar y características muy diferentes, constituyen un nuevo escenario sobre el cuál se vuelve imprescindible, para las prácticas radicales, realizar operaciones de pensamiento que permitan habitar el cambio sin someterse a imágenes anteriores que pueden bloquear las potencialidades del presente.

En nuestro país, la dinámica del kirchnerismo no ha dejado de sorprender con sus iniciativas. Hablar el lenguaje de los movimientos sociales, reconocer sus luchas y ofrecer segmentos estatales a disposición de éstas, una retórica envuelta de íconos setentistas, y una serie de actos gubernamentales progresistas que conviven con la estructura neoliberal de producción han generado principalmente dos miradas que, inscriptas en lógicas pretéritas, nos impiden pensar el momento actual de otro modo.

De un lado, aquella lectura que visualiza el fenómeno K como la representación de la revuelta social de 2001. Esta hipótesis razona con el siguiente esquema: hubo una rebelión social, que llegó –por fin– al Estado. “Ahora somos nosotros, quiénes luchamos desde los ´70, los que manejamos el poder, y desde este sitio privilegiado se confrontará con las políticas neoliberales”. Se reinstitucionaliza el país, ahora con signo progresista, y se recrean formas de procesar las demandas populares.

Al otro lado, una mirada que piensa en términos estrictamente de cooptación, esto es, una retórica popular para una misma política pejotista de siempre, que consiste en absorber las luchas a los efectos de diluirlas y derrotarlas, restituyendo los patrones de acumulación capitalista. Un nuevo reformismo –aunque sin reforma– que, astucia mediante, habla el lenguaje del cambio para evitarlo.

Sin embargo, y reconociendo que ambos razonamientos tienen elementos de verdad, puede resultar muy sugerente elaborar modos de percepción diferentes que nos permitan pensar el problema en su contemporaneidad.

Si la extraordinaria apertura producida en 2001 abrió unas potencialidades que desplegaron todo lo que pudieron desplegar, el fenómeno social conocido como Kirchnerismo logró efectuar, de un modo singular, aquellas potencias a través de una nueva articulación del deseo social. Una operación lanzada desde el poder pero también, y al mismo tiempo, construida desde la base social. Tradicionalmente se pensaba este tipo de operaciones sociales como hegemonía. Sin embargo, las condiciones en que aquellos modos de percibir la relación entre las prácticas sociales y la política –reestructuración planetaria del capitalismo y pérdida de las capacidades soberanas estatales mediante– ya no admiten seguir pensando con aquellas categorías.

Las propias instituciones han reconocido sus crisis. El modo en que estas se rehagan tendrán mucho que ver con ciertas fidelidades respecto a esas luchas sociales. Es que por vez primera en muchos años, el capital y la nueva institucionalidad que logre construirse, parten del reconocimiento explícito de que la creatividad social se produce en segmentos sociales que en décadas pasadas quedaron al margen de su inclusión estatal. De repente, y en parte a ello se debe la sorpresa, estado y capital la reconocen, la invitan a producir y le ofrecen condiciones impensadas hasta hace poco. Sin embargo, este modo de reorganizar el deseo social trae consigo un cierre despolitizante de las energías sociales que, paradójicamente, le dieron lugar. Este reconocimiento, lo que algunos nominan como cooptación, es la piedra de toque de la ambivalencia del proceso. Se reconoce las capacidades de cualificar el mundo y crear valor, pero se las sustrae a las condiciones de producción, al mismo tiempo que se instrumentaliza esa creación.

Lo abierto en 2001, gran creación colectiva de nuevas posibilidades de vida, está presente y funda un campo de irreversibilidad. Ya nada volverá a ser igual que antes. Pero esa potencia está abierta para todos y no es patrimonio de aquellos movimientos o grupos que en algún momento pudieron expresar esa fuerza más autónomamente. Todo dependerá del tipo de operaciones que logren efectuar esa potencia que ya es común. O bien se lo hace desde la lógica instrumental, o bien se ensayan caminos alternativos que requieren un volver a hacerse de los movimientos y de la propia idea de la autonomía, que actualice esas fuerzas desplegadas anteriormente. En este sentido, la experiencia boliviana se nos presenta como un verdadero laboratorio capaz de mostrarnos el alcance del “mandar obedeciendo” enunciado en aquellas jornadas de la fiesta indígena y popular que buscan poner fin al estado racista y colonial.

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